El brillante filósofo Agustín García Calvo definía muy acertadamente a los nacionalismos regionales utilizando un término que resultaba irritante para los adeptos de dicho dogma ideológico. «No quieren a España, pero lo que quieren son españitas,» decía. Lo curioso es que tal afirmación se puede aplicar en la actualidad a prácticamente cualquier movimiento que pretenda enfrentarse al sistema. La rebeldía del s.XXI consiste en cambiar la autoridad imperante por una pequeña réplica de la misma.
El sentido de los nacionalismos
Desde antes de que Jesucristo se hiciera su primera paja (mental, por supuesto) han existido gobernantes que han sabido utilizar el sentimiento de pertenencia a una comunidad, sumado al adoctrinamiento necesario para crear un enemigo externo culpable de todos los males pasados, presentes y futuros, con el objetivo de obtener poder o incrementarlo. Tales métodos fueron perfeccionados por los nacionalismos y fascismos que dieron lugar a la Segunda Guerra Mundial. Y aún hoy siguen vigentes, a pesar de los constantes esfuerzos por erradicarlos.
Uno de los motivos por los que no terminan de desaparecer es que se han simplificado hasta el punto de olvidarse en qué consisten. La idea de nazismo, por ejemplo, ha quedado reducida a la defensa de Hitler, al símbolo de la esvástica y al infalible arma política del holocausto. Igualmente, en España, el fascismo se ha reducido a Franco y a la bandera con el aguilucho, y a todos los que muestren inclinación al pensamiento de derechas. Lo único que define la ideología de un español es su postura hacia la sempiterna figura de Franco. ¡Cómo si por odiar a Franco ya no se pudiera ser fascista!
La sociedad ha olvidado que el fascismo es una ideología y, como tal, viene representado por ciertas ideas, y no por símbolos concretos que otros utilizaron el pasado. Es por ello que en el presente es totalmente habitual que se utilicen ideas y mecanismos propios del fascismo más puro y lograr pasar totalmente desapercibido, siempre que se eviten las imágenes que evoquen incómodos momentos históricos.
Como todo dogma, el nacionalismo parte de la fe absoluta en un ente abstracto (nación) representado en el mundo tangible mediante símbolos (bandera, himno) y ejecutado imponiendo una serie de valores, normas y costumbres (cultura) tweet
Es muy sencillo detectar dichos mecanismos, ya que utilizan recursos clásicos del arte de contar historias, tantas veces vistos en la literatura o en el cine: Un protagonista pasando dificultades, víctima de un enemigo luciferino procedente del exterior, y la futura promesa de la victoria sobre el mal. La única diferencia es el reemplazo del protagonista humano y real por uno abstracto (nación) al que se humaniza de manera artificial.
Como instrumento de control de la población, el nacionalismo siempre ha demostrado ser de los más eficientes. Al igual que cualquier otro dogma, parte de la fe absoluta en un ente abstracto (en este caso, el concepto de nación) representado en el mundo tangible mediante los correspondientes símbolos (bandera, himno, etc) y ejecutado a través de la imposición de una serie de valores, normas y costumbres (cultura).
Alguien que se percate del engaño debería tener claro, por tanto, que la manera de rebelarse ante el nacionalismo es el abandono del rebaño, el rechazo a dejarse manipular por sentimientos impuestos desde el exterior, el regreso al pensamiento individual y la renuncia al sentimiento de pertenencia y a todos los riesgos que ello conlleva.
Se entiende muy bien que un católico se vuelva ateo o agnóstico. Es un acto racional de rebeldía propio de un individuo capaz de analizar hechos e ideas y de tomar decisiones independientes. Sin embargo, que alguien abandone la Iglesia para unirse a una pequeña imitación de la misma, si tiene algo de rebeldía, sería una rebeldía propia de una rabieta adolescente. Pero de racional no tiene nada.
La razón se fundamenta en la negación, en la destrucción de mentiras. Es la fe la que se basa en la afirmación. Si el desafío al Estado español que proponen desde Cataluña fuese racional, se limitaría a negar dicho Estado: «España es una mentira». Lo cual sonaría más que razonable. El caso es, sin embargo, el del apóstata creyente descrito anteriormente: «España es una verdad pequeñita y nuestra españita es una verdad grande». Afirmación que ya sólo con pronunciarla se contradice a sí misma.

¿Qué problema hay?
Se habla mucho de que lo de las españitas es un problema social. Y quien se guía por la fe así lo cree.
Un problema social, sin embargo, se caracteriza porque el pueblo carece de uno de sus derechos o necesidades básicos y porque, una vez se resuelve, las condiciones sociales del pueblo afectado mejoran (al menos en lo que concierne al propio asunto de manera aislada).
En el conflicto de las españitas no hay carencia de ningún derecho o ninguna necesidad básica. Y, en el caso de lograr la independencia, no se produciría ninguna mejora social evidente en el pueblo catalán. Sólo la satisfacción de que la propia ideología se ha impuesto a las otras (y de paso a la razón). La satisfacción de unos pocos políticos a costa de la subyugación de todo un pueblo. Es decir, la antítesis de lo que busca una revolución social.
El problema es evidentemente ideológico. Se están haciendo pasar por ideas lo que son puras creencias irracionales, y se está haciendo pasar por perteneciente al pueblo lo que pertenece en exclusiva al poder. El verdadero problema es el auge de las ideologías supremacistas y fundamentalistas que el estúpido capricho de unos pocos políticos ávidos de poder está creando.
El problema, como ya lo fue tantas otras veces, es el nacionalismo.
Un conflicto con motivos históricos
La fe es la causa de todos los problemas iniciados de manera voluntaria tweet
Cualquier individuo guiado por la razón debería odiar el uso que se hace de la expresión «la excepción que confirma la regla». Obviamente, una excepción siempre confirma que una regla es falsa. Tal expresión se creó para hacer burla de exageraciones y generalizaciones. Pero actualmente se usa básicamente para que los que son despojados de toda razón al hallarse un contraejemplo a sus disparatadas teorías puedan negar la evidencia y otorgarse la razón sin razón. Es decir, se usa para que la fe pueda vencer a la razón
Si uno analiza a fondo un problema no provocado por causas naturales o azarosas (cualquiera), al final siempre resulta que la causa está en la fe. Siempre. La fe es la causa de todos los problemas iniciados de manera voluntaria. Y el asunto de las españitas, obviamente, no es una excepción a una regla infalible.
En este caso, es evidente cuál es la fe germen del problema, puesto que los ideólogos responsables han otorgado tintes religiosos a su criatura – al igual que ocurre en cualquier otro nacionalismo -. No obstante, hay una causa más profunda, causa a su vez de la aparición de esa nueva fe y de la aparición de un conflicto de dimensiones desproporcionadas en todo el país y sus pequeñas réplicas: La fe en Franco.
Es habitual en los tiempos que corren que sean los detractores de un dios los que mantengan la fe en el mismo viva. Los ateos han acabado cayendo en las fauces de la fe y convirtiendo el ateísmo, movimiento de origen racional, en otra religión más. En el caso de España, de nuevo nos encontramos con que no hay rastro de excepción que confirme la regla. Efectivamente, quienes mantienen activa la fe en Franco son sus más acérrimos detractores.
¿Por qué sucede esto? Porque toda religión implica una lucha del bien contra el mal. Si, por ejemplo, la religión católica se atribuye el ser representante del bien absoluto, el ateo siente el deseo de oponerse dando la vuelta a tal idea para asignarse el bien a sí mismo y el mal a la propia religión. Así, cae en la trampa del maniqueísmo, que es un síntoma inequívoco de la presencia de un dogma de fe. De esta manera, el ateo se está rebelando ante un gran dogma (la religión), no negando todo dogma, sino creando otro dogma más pequeñito. Es decir, no deja de creer en dios, sino que sólo pasa a odiarlo, y con su nueva fe sigue contribuyendo igualmente a la existencia de la deidad a la que aborrece.
En Cataluña han mantenido la presencia de Franco durante todos estos años y, no contentos con eso, la única manera que han encontrado de combatir ese fantasma es crear un pequeño clon del mismo, un franquito para su españita tweet
Los ateos del ejemplo están olvidando que no se trata de una lucha entre el bien y el mal, sino entre la fe y la razón. Y en los conflictos ideológicos modernos, la razón ni está ni se la espera. Son meros conflictos religiosos.
En Cataluña han mantenido la presencia de su anti-dios Franco durante todos estos años y, no contentos con eso, la única manera que han encontrado de combatir ese fantasma es crear un pequeño clon del mismo, un franquito para su españita, para luchar contra el enemigo externo, fuente de todo mal.
«¡Ja! ¡Chúpate esa, España! Que ahora tenemos nuestro propio dictador»
La necesaria modificación de la constitución
Se habla mucho, por ese origen histórico, de que la constitución fue creada bajo la alargada sombra del franquismo y que por ello requiere modificaciones. Se repite mucho el motivo histórico por el que es necesario cambiarla. Se repite mucho el nombre de Franco, como se repite el de Dios, para poder otorgarle existencia e influencia sobre vuestro mundo.
Cuando algo se repite con insistencia, suele a menudo tratarse de una mentira. Las verdades basta con afirmarlas una sola vez. Todos repiten para convertir en real una mentira y nadie razona para buscar una verdad. Nadie acierta a decir qué artículos de la constitución son exactamente los que hay que cambiar, por qué motivo específico dichos artículos son un reflejo del franquismo o cuál es la modificación exacta que hay que hacer sobre ellos. Se dice, simplemente, que hay que cambiarla, que hay que hacerla más plural (u otros términos similares que no dicen nada concreto), y que el motivo de ello es Franco, pero no se acierta a dar una explicación racional satisfactoria. Es decir, estamos de nuevo ante un argumento procedente de la fe. «Hay que exorcizar la constitución porque está poseída por el Mal».
Cuando algo se repite con insistencia, suele a menudo tratarse de una mentira. Las verdades basta con afirmarlas una sola vez tweet
Efectivamente, los que piden la modificación de la constitución no lo hacen fruto de un análisis exhaustivo y de una reflexión profunda e imparcial de los hechos – de hecho dudo que más de un 10% de los que apoyan tal idea se hayan siquiera leído la constitución -. Si piden tal modificación es por verse en un callejón sin salida en sus razonamientos. Básicamente porque dichos razonamientos no son tales, sino meras consignas propias de un fuerte sectarismo.

Si la constitución existe es precisamente para evitar que proyectos de dictador dejen de ser simples proyectos. Las constituciones están hechas para que las modificaciones se produzcan por problemas reales que afectan a todos, por garantizar los derechos individuales de todos los integrantes de la sociedad. El supuesto cambio que se está pidiendo no es para dar más protección al pueblo contra posibles abusos, sino precisamente todo lo contrario. Se está pidiendo cambiar la constitución porque hay una serie de políticos que quieren hacer algo que afecta a todo un pueblo y la ley no se lo permite. Es decir, se quiere cambiar para que los políticos puedan actuar por encima de la ley, y para que tengan aún más poder que el que la propia constitución les permite.
Lo más disparatado de todo es que quien exige tal modificación es la autoproclamada izquierda, a quien ha dejado de gustarle la constitución (uno de sus mayores logros) desde que a su adversario de la derecha empezó a gustarle. Y es que a la izquierda española no le gusta nada Franco, pero le encantan los franquitos.
A la izquierda hace tiempo que dejó de preocuparle el pueblo; sólo le mueve el odio absoluto por su enemigo de traje y corbata. Por eso en vez de dedicarse a buscar soluciones a verdaderos problemas sociales, se dedican al constante flirteo con todo aquél que desafíe a su rival. Porque su rival representa al mal absoluto.
El mayor argumento que tiene la izquierda para defender el desafío al marco legal del país es que la derecha también se salta las leyes y modifica la constitución cuando le apetece. Es decir: Si ellos lo hacen y ellos son muy malos, entonces hacerlo es bueno. Curioso razonamiento.
Para la izquierda, que ya no es más que un émulo de la derecha carente de ideales o racionalidad, que los del bando de Franco se salten la ley y la constitución para hacer lo que les salga de sus aviesos cojones es terrible. Pero, ¿qué lo haga un franquito? Bueno, entonces sus cojones serán más bien santos. Todo sea por que su opinión no converja ni por un instante con la de sus antagonistas.
Lo que resulta aún más curioso es precisamente que no se sepa utilizar tal arma de manera inteligente. La izquierda ha desperdiciado una ocasión de oro para presentarse ante el pueblo como la única fuerza política representante de la razón entre tanto fundamentalista religioso. Es más, en vez de eso se han presentado ante el pueblo como uno de los mayores abanderados de la fe y el sectarismo ideológico.
La izquierda ha desperdiciado una ocasión de oro para presentarse como la única fuerza política representante de la razón. En vez de eso se han presentado como uno de los mayores abanderados del fundamentalismo ideológico tweet
Efectivamente, el gobierno español está henchido de corrupción, delitos e irregularidades. Y, efectivamente, esos mismos criminales están exigiendo a sus rivales políticos que no elijan la senda de la ilegalidad. Hasta aquí bien. Pero ahora es cuando se tuerce el razonamiento. Lo lógico y esperable de una mente racional en este punto sería exigir que los políticos del gobierno central envueltos en escándalos de corrupción fuesen encarcelados de una puta vez, al igual que lo están siendo sus oponentes políticos, puesto que han cometido un delito (o unos cuantos) tipificado(s) en el código penal. ¿No se trata precisamente de luchar contra los abusos de poder? Pero, en vez de eso, lo que está pidiendo la izquierda es que se libere a los políticos rivales del gobierno que han sido encarcelados por cometer un delito (o unos cuantos) tipificado(s) en el código penal. En otras palabras, la izquierda está pidiendo que se indulte a algunos criminales sólo si éstos son políticos (de cierto color ideológico, por supuesto). Mano blanda con los políticos corruptos y manipuladores. Mano blanda con los abusos de poder (porque los abusos de poder perpetrados por el bien no pueden ser malos). Eso es lo que pide la izquierda en España. Es decir, lo mismo que la derecha: «Tú déjame a mí, que yo sé lo que hago, y si por el camino me corrompo, es por motivos que bien lo valen pero que tú no puedes entender»
En ese país parece imposible llegar a ver a una izquierda preocupada por el pueblo en vez de por los políticos. Para ello sería necesario que estuviera cimentada sobre la razón, como corresponde a la izquierda originalmente, y no en una fe que defiende una dicotomía entre políticos representantes del bien y políticos representantes del mal.
A la izquierda española no le gusta nada Franco, pero le encantan los franquitos tweet
La deriva de la izquierda
En España hay cientos de verdaderos problemas sociales en los que una izquierda auténtica debería estar trabajando. Sin embargo, todos esos asuntos son secundarios y la prioridad ha pasado a ser apoyar a los líderes de dogmas minoritarios a obtener más poder. Si en algún momento la izquierda española lucha por resolver algún problema social, el objetivo en realidad no es resolverlo, sino atacar a quien ha provocado tal problema. Por eso a la izquierda sólo le preocupan los problemas sociales provocados por el enemigo de la derecha. Si quien los provoca es enemigo del enemigo, entonces no sólo no se intenta solucionar el problema, sino que se ayuda en todo lo posible al instigador del mismo.

La gente de clase humilde ha pasado a ser secundaria para la izquierda; lo importante es que los franquitos ganen a Franco. La alienación a la que está siendo sometido el pueblo en la españita del noreste por uno de esos franquitos, quien está generando innecesariamente incontables conflictos sociales que afectan a la clase trabajadora, es un asunto que a nadie parece importarle. ¿Y qué está haciendo la izquierda en España entonces si no se trata de proteger a la gente humilde? Obviamente, despreocuparse de lo que le pase al pueblo catalán y ofrecer al franquito de turno todo cuanto esté en su mano para encaramarlo al poder y desafiar juntos a su anti-dios común, príncipe de las tinieblas y único mal existente.
Para cualquier persona ajena a las tradiciones del país, es un completo enigma el por qué en España la izquierda se lleva tan bien con una ideología tan antagónica como el nacionalismo. Pues bien, la explicación es muy sencilla, y es que ambas son religiones sustentadas en un mismo mal apodíctico: el franquismo. Ambos creen en el mismo anti-dios y es por ello que sus respectivos dioses acaban conformando un nuevo bien abstracto en el que conceptos totalmente contradictorios se mezclan artificialmente con suma naturalidad.
Tradicionalmente, la diferencia entre la izquierda y la derecha era ideológica: razón contra fe, pueblo contra clase gobernante. Ahora, sin embargo, razón y pueblo desaparecen de la ecuación y la izquierda se convierte en derechita. Su fe es otra fe distinta de la de la derecha grande y malvada; sus políticos son otros políticos. Pero unos y otros lo mismo son. La diferencia es una mera cuestión religiosa: la derecha se forma en torno a un dios o bien absoluto (el propio Dios de las religiones monoteístas, la patria, el dinero, etc), mientras que la izquierda se forma en torno a un anti-dios o mal absoluto, generalmente representado por la propia derecha.
«¡Ja! ¡Chúpate esa, derecha! Que ahora tenemos nuestro propio dios.»
A palabras huecas, pollas duras
En este contexto de conflicto religioso es lógico que los argumentos utilizados por uno y otro bando sean meras consignas vacías orientadas a contentar a sus fieles, todas procedentes del fatuo idioma de la dialéctica política.
“Sólo queremos votar”
Imaginad que los dirigentes del Real Madrid organizan la Champions League sin el permiso de la UEFA, eligen a sus rivales y el día que juegan contra ellos, asignan como árbitros a empleados del club, juegan el partido sin el rival presente (dado que dicho rival considera que no se están siguiendo las normas del juego) y aún así se inventan el resultado. Al no reconocer la UEFA su resultado, organizan una campaña para pedir ayuda a la FIFA (nótese especialmente en este punto cómo he elegido arbitrariamente al Real Madrid y no a un equipo pequeño para enfatizar la ironía de que se quejen precisamente los más favorecidos). Y, ante las lógicas protestas del resto de equipos, reaccionan denunciando una supuesta caza de brujas, repitiendo constantemente el mantra «sólo queremos jugar».
No, no sólo quieren jugar. Lo que quieren es ganar. Si sólo quisieran jugar, seguirían las reglas de la competición y unas normas mínimas de juego limpio, mostrarían respeto por los rivales y aficionados, y aceptarían la inferioridad ante el rival en caso de derrota.
Si tal situación se diera en la realidad, todos (salvo los madridistas más fanáticos) comprenderían que el club debería ser sancionado y expulsado de la competición como mínimo. A nadie se le ocurriría decir que no han hecho nada malo porque «sólo quieren jugar».
Si un partido de pederastas propone un referéndum para modificar la ley para poder follarse a menores de 10 años, habría que permitírselo, ¿verdad?. Al fin y al cabo, lo único que quieren es votar (y no abusar de menores) tweet
En el caso de las españitas, por el contrario, se habla del deseo de votar como si por sí mismo fuese un derecho fundamental del individuo, y como si el hecho de que los políticos tengan que cumplir con ciertas leyes y protocolos establecidos para garantizar la protección de los ciudadanos ante las acciones de la clase gobernante fuese un ataque directo a la dignidad del pueblo.
Lo que quiere esa gente en realidad no es «votar»; es ganar. «Votar» es un eufemismo. Es sólo el medio que quieren utilizar para alcanzar sus objetivos. Si en vez de votando, pudiesen imponer su ideología bailando o jugando a la petanca, eso sería lo que harían y no votar. Los que «sólo quieren votar», lo que quieren es que se vote lo que ellos defienden. La votación es simplemente una manera de otorgarse la razón a partir de la fe.
El «deseo de votar» es siempre el deseo de imponer.
Si un día aparece un partido de pederastas y proponen organizar un referéndum para modificar la ley para poder follarse a menores de 10 años, habría que permitírselo, ¿verdad?. Al fin y al cabo, lo único que quieren es votar (y no abusar de menores).
“Habrá que ver qué es lo que la gente quiere”
Cada individuo ya tiene derecho a querer lo que le salga de las pelotas, tanto en la España grande como en todas sus españitas. ¿Por qué tienen que saber los demás lo que otros quieren? ¿Va a ser necesario hacer otro referéndum para ver si lo que la gente quiere es ser heterosexual u homosexual e imponer la opción ganadora como sexualidad oficial del Estado?
Lo que la gente quiere es exclusivo del terreno privado. Cuando se vota para «saber lo que la gente quiere», en realidad se está votando para imponer eso que ésos quieren a los que no lo quieren o a los que les importa tres narices tweet
Lo que la gente quiere o siente es exclusivo del terreno privado. Cuando se vota para «saber lo que la gente quiere», en realidad se está votando para imponer eso que ésos quieren a los que no lo quieren o a los que les importa tres narices. Quien quiere que se vote, repito, en realidad no quiere que se vote: quiere que se imponga su punto de vista. Para ellos, votar está muy bien, pero sólo si se vota lo que quien quiere votar defiende.
Para los amantes de la democracia, el concepto de democracia está tan pervertido que creen que todo consiste en votar (es decir, en imponer la voluntad de la mayoría). No pueden estar más confundidos. La esencia de la democracia no es el voto, sino la separación de poderes y un marco legal que ponga trabas a los abusos de poder. Si en democracia se vota (en teoría), es para que el pueblo pueda evaluar a sus líderes: castigar a los que no cumplan bien su trabajo y legitimar a los que trabajan para el pueblo. Se vota para que sean los políticos los que teman al pueblo y no al revés.

De nuevo, lo importante es la negación. No se vota para «ver lo que la gente quiere». Se vota para ver lo que NO quiere, para eliminar todo aquello que es perjudicial para el pueblo y dejar presente cualquier otra opción para que sea una decisión individual de cada persona elegir qué es lo que quiere (de forma privada). Votar para elegir lo que sí se quiere es imponer una verdad única.
En España hay una mayoría de creyentes del catolicismo. ¿Queréis que se vote para ver si la gente quiere volver a un Estado católico? ¿O mejor mantener un laicismo que admite toda opción individual sin tener que imponer a nadie una ideología por la fuerza?
No soy el mayor amante de la democracia precisamente, pero los que dicen serlo y piensan que todo consiste en votar y que lo más sagrado es el ritual de acercarse a un colegio electoral a meter una papeleta en una urna, más que la democracia lo que les gusta es poder elegir a su dictador particular, para que los otros se jodan. El joder a los que no piensan como uno es la verdadera base de lo que la mayor parte de la gente considera democracia.
Votar cualquier gilipollez, lejos de ser democrático, es antidemocrático porque pervierte el significado auténtico de una votación y termina logrando que al final votar no signifique nada. Y en este caso, en el que encima lo que se quiere votar es si se quiere otorgar a ciertos políticos más poder, no sólo es antidemocrático, sino que además es aberrante hasta para los que no creen en la democracia. Es un descarado golpe de estado en el que las armas son papeletas.
Votar en democracia debería ser como hacer entrevistas para contratar a un empleado. Uno simplemente elige al más capacitado, ignorando ideologías y creencias. Las creencias se quedan en casa tweet
La democracia, en un mundo racional, debería consistir en considerar a los políticos como trabajadores de una empresa en la que los ciudadanos son los jefes. Si el trabajador no cumple con su función, a la puta calle. Si lo hace bien, se le respeta y apoya. Sin colores. Sin fanatismos. Uno no contrata y evalúa a un empleado según su ideología o sus creencias, sino según su rendimiento en la función que se le asigna. Del mismo modo, la política no debería tener ideología. Las ideas y creencias de cada uno no deben salir nunca de casa. En otro caso, al final todo se convierte en una lucha del bien contra el mal, en la que el bien significa “aquéllos que comparten tus mismas creencias ideológicas” y el mal estaría formado por aquéllos que se oponen a ellas. Esta situación sólo logra nublar el juicio y crear fanatismos absurdos, como los que se están viendo en estos momentos en el país de las españitas.
En España sería posible ver a gente apoyando a un partido de pederastas y defenderlo como la verdadera democracia si con eso se consiguiese irritar a los del bando opuesto.
«Diálogo», «pactos» y «derecho a decidir»
Diálogo es otro de esos términos totalmente huecos cuando están desprovistos del contexto adecuado. Fijaos, como prueba, en cuántas veces los políticos usan la palabra “diálogo” en discursos en los que no dicen absolutamente nada.
El diálogo es imposible entre miembros de distintos dogmas, ya que el creyente sólo puede escuchar lo que su dios ya sabe – puesto que dicho dios lo sabe todo -, es decir, lo que está dentro de la realidad delineada por su fe. Todo lo que esté fuera de esa fe es inexistente, dado que es desconocido por su dios perfecto e infalible. El diálogo sólo se consiente o bien dentro de una misma fe o bien fuera de toda fe. Y en este caso el problema es precisamente el choque entre dogmas irreconciliables.
Recordemos que, si consideramos sólo lo que dice la razón, el problema de las españitas no debería existir, por reducción al absurdo. Tal problema necesita de la fe de ambos bandos para ser un problema y sin esa fe no se puede resolver. Resulta por lo tanto que el diálogo no es una opción. Todo diálogo posible es ajeno a ambos dogmas y, como tal, incapaz de resolver un problema que requiere de la incomparecencia de la razón para existir.
Los que defienden el «diálogo», también hablan mucho de organizar un referéndum «pactado». En este caso, el engaño es más evidente. Pactados son ciertos asesinatos en el crimen organizado. Pactadas son todas las decisiones que joden directamente al pueblo que toman los políticos, bancos y demás entidades del poder. Pactada es la corrupción cuando se da en gobierno y oposición al mismo tiempo. Con «pactado», obviamente, no se refieren a pactado con los posibles afectados, sino a pactado entre políticos a espaldas del pueblo. Cuando pactan entre ellos, pueden cometer cualquier atrocidad que se les antoje.
Se repite constantemente también aquello del «derecho a decidir». Ya mencionaba en mi anterior texto que los derechos corresponden al individuo, no a los colectivos. Los individuos de España y de cada una de sus españitas ya tienen derecho (en teoría) a decidir lo que les salga del rabo siempre y cuando respeten la ley y al resto de conciudadanos. Cuando se habla del derecho a decidir “de un pueblo”, en realidad es una forma políticamente correcta de hablar del derecho a decidir de aquéllos que controlan y manipulan a ese pueblo como masa. Es decir, el “derecho a decidir de los pueblos”, que suena tan bonito a oídos de los vástagos de la democracia, no es más que el derecho a imponer de los políticos.
El «derecho a decidir de los pueblos», que suena tan bonito a oídos de los vástagos de la democracia, no es más que el derecho a imponer de los políticos tweet
Por otra parte, como bien dice el autor de este excelente artículo, decidir es un verbo transitivo. Es decir, que su sentido depende totalmente del complemento directo que lo suceda. «Decidir», por sí misma, es una palabra coja de significado. Si se quiere que se reconozca el «derecho a decidir» de «todo un pueblo», primero hay que concretar qué es esa cosa que se puede decidir. ¿Se tiene derecho a decidir si se quiere cambiar la religión oficial del Estado? ¿Se tiene derecho a decidir que los políticos actúen por encima de la ley?
Quizás un pueblo también tenga derecho a decidir si organizar orgías con menores de edad. ¿Quién sabe? Todo sería cuestión de pactarlo a través del diálogo.
La solución a todo problema es la apostasía
Ya decía Marx que «Toda crítica comienza por la crítica a la religión». Del mismo modo, todo problema comienza por la fe, y toda solución comienza por el cuestionamiento del propio dogma y termina por el abandono absoluto de la fe.
España tiene muchos problemas, pero lo de las españitas no es uno de ellos. Al menos no por sí mismo. Al menos no desde el punto de vista de la razón. El problema de los españoles es precisamente que en sus cabezas, en sus corazones y en sus gónadas no hay lugar para lo racional. El problema es que se está tan ocupado odiando al enemigo que no se quiere ver el verdadero problema.
Si hay una verdadera raíz para que una estupidez de tal calibre como lo de las españitas haya llegado a convertirse en un asunto de tanta magnitud, dicha raíz no puede ser otra que el forofismo político y la ausencia total de espíritu crítico consecuencia del destierro de la racionalidad. La raíz, como siempre, es la fe. Ése es el verdadero problema. Y, mientras la fe siga otorgando existencia a dioses, anti-dioses y problemas inexistentes, seguirá habiendo españitas, franquitos y bobaditas para aburrir.
«¡Ja! ¡Chúpate esa, Dios! Que ahora tenemos nuestra propia fe»